Opinión

Capital político

CAPITAL FEDERAL, Abril 29.-(Por Mario Wainfeld) La sesión del Senado y el acto, el combo semanal. La oposición acompaña con tironeos internos. La legitimidad de la ley. La lógica económica y política de la movida. Cuestionamientos atendibles. Una mirada sobre la movilización y sobre el palco en Vélez. Y algo sobre la supuesta despolitización.

La sesión del Senado y el acto de Vélez conforman una semana redonda para el oficialismo. Si se suman a la cosecha obtenida en las elecciones de octubre y a la consiguiente primacía en el Congreso, ubican al Frente para la Victoria (FpV) en un sitial notable. Ninguna fuerza política tiene su capacidad de gobernar generando cambios históricos, ninguna su consenso social, ninguna puede promover (acaso ni soñar, en el corto plazo) una movilización como la del viernes.

El cambio de talante de la oposición con representación parlamentaria y votos (aun con los tironeos de los que algo se dirá) insinúa un viraje respecto de la coyuntura. Se subraya “insinúa”: nada más ni nada menos. Los dirigentes políticos, con la lógica excepción del PRO liderado por el jefe de Gobierno Mauricio Macri, dan señales de haber tomado nota de que la etapa kirchnerista no es un simulacro, ni una sucesión de cortinas de humo, ni un rosario de manotazos a “la caja”. Es un genuino cambio de época, que signará a futuros gobiernos, de cualquier signo. Si algún adversario desplazara al kirchnerismo de las preferencias ciudadanas en 2015 contará con un Estado más poderoso, con disponibilidades de recursos impensables en 2003, con resortes básicos de la economía (Banco Central, Anses, YPF sólo para empezar). Deberá hacerse cargo de la vigencia de paritarias anuales y de la Asignación Universal por Hijo. Y más le valdrá no tratar de desmoronar esa herencia, sino de mejorarla porque sus consecuencias son patrimonio de una sociedad civil activa, celosa en la defensa de sus derechos y muy poco predispuesta a resignar conquistas. Sólo dos tragedias nacionales (de diferente matriz, intencionalidad y porte) consiguieron domesticar la clásica voluntad reivindicativa de los argentinos: la dictadura genocida y el desmadre económico producido por las hiperinflaciones en democracia. Sin el concurso de esos azotes bíblicos es inimaginable una vuelta lineal al pasado. El kirchnerismo corrió la raya, amplió la esfera de lo real disponible... y eso vino para quedarse. Que lo registren otras fuerzas políticas es un triunfo del oficialismo, del sistema político todo y también un desafío para todos sus componentes.

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Soja versus petróleo, ya no más: La política energética del kirchnerismo transitó distintos estadios, en nueve años de variantes notables en la Argentina y en el mundo. En la mirada del cronista fue acertada, en sustancia, en la primera época en la que lo sustancial era reactivar la economía, recuperando niveles de empleo que estaban en el quinto subsuelo. Insumos baratos, entonces, al servicio del crecimiento. Y una apuesta, lateral pero no irrisoria, a la integración energética de la región, con centro en Bolivia y Venezuela, dos vecinos que no estaban en la cartilla de las prioridades internacionales de la Argentina, omisión berreta que se reparó en gran medida. Proveer al mercado interno, la prioridad excluyente.

Años de crecimiento casi ininterrumpido (con la tregua de 2008 y 2009) tornaron disfuncional el esquema. Hubo allí errores de cálculo y de gestión, que complicaron la ecuación energética y el balance comercial. La economía doméstica es demasiado primarizada. Se trata de una tendencia regional y hasta mundial, seguramente atenuable con mejor “sintonía fina”, pero jamás abolible. Se instaló una carrera compleja entre el precio de la soja y el del petróleo, que propendía a un empate indeseable o algo peor. La salida de la ecuación era recuperar el petróleo, lo que es sencillo de decir pero (hasta hace un puñado de días) parecía imposible de realizar. No lo fue porque la presidenta Cristina Fernández de Kirchner resolvió cortar de un tajo el nudo gordiano y renacionalizar.

Una jugada arriesgada, congruente con otras varias: canje de la deuda, desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional, recuperación del sistema jubilatorio, reforma de la Carta Orgánica del Banco Central. Ante cada una de esas acciones brotaron presagios de catástrofes, estancamiento, recesión, estanflación, amén del aislamiento internacional. Hasta ahora, ningún pronóstico fue corroborado, mayormente la audacia fue redituable, lo que jamás debe traducirse con aquel apotegma de “estar condenado al éxito”. El éxito no es eterno, sino sujeto a vaivenes con el correr del tiempo. Lo sólido puede mutar a líquido o devenir eventualmente volátil. Todo cambia, todo fluye y más vale que la acción política registre el dato y se (re)adecue en consecuencia.

La foto de hoy no signa el fin de la película que, si se mira en serio, no termina nunca. Hasta ahora los réditos superan a los problemas, con holgura. Puede medirse en “caja”, en reservas, en mantenimiento de las variables de empleo y crecimiento... también en avales ciudadanos expresados a través del voto.

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Sentimientos y sensatez: La movida convulsionó a los principales partidos opositores, complicados a la hora de unificar decisiones. Tan es así que el diputado radical Oscar Aguad se retirará el jueves próximo del recinto, al momento de la votación. El bien apodado “milico” Aguad hará mutis (por derecha, como cuadra) para diferenciarse de la mayoría de sus correligionarios. Lo compele una idea fuerza que es ocupar el espacio en el que está mejor asentado Macri. Los boinas blancas más sensatos eligen un viraje complicado aunque más auspicioso: dejar atrás lo que Leopoldo Moreau definió, con su lengua aguzada, como “antikirchnerismo bobo”. Acomodarse a un escenario que no habilita revisiones salvajes, impulsadas por las grandes corporaciones. Las mediáticas zurran a los dirigentes que condujeron hasta apenas ayer.

La Presidenta, ante un marco masivo y vibrante, agradeció el apoyo opositor. Había motivos: al pronunciarse favorablemente “en general” los senadores debilitaron parte de la retórica de los grandes medios, de Repsol y del gobierno español, que seguramente tomaron debida nota: no hay vuelta atrás ni siquiera en tres años

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