LA PLATA, Marzo 06.-(Por Pepe Eliaschev) Tras una semana durante la cual el Gobierno optó por insistir y profundizar en su proverbial rutina de belicosidad incesante, en los aledaños del poder parece ir "cayendo la ficha" de que
El remanso necesario luego de una nueva semana en la montaña rusa se advierte luego de jornadas agotadoras, largas y gratuitamente dañinas para el país. No cambia un ápice en el Gobierno la pretensión de conducir los asuntos nacionales con deliberada prescindencia de quienes no están en el poder.
Esto se ha ido acentuando, curiosamente, desde que Cristina Kirchner asumió la presidencia. En una seguidilla interminable de casos, lo que se comprueba es que el Gobierno castiga, critica, enfatiza y decide, pero recién después verifica los costos de sus placeres solitarios.
BATALLAS
De diciembre de
De marzo a julio de ese año, cuando fue derrotada en el Senado,
No terminarían allí los estallidos de masoquismo explícito. Tras la derrota del 28 de junio, el oficialismo siguió legislando como si nada hubiera pasado y precipitó al país en una guerra santa contra los medios de comunicación existentes para sacar finalmente del Congreso una ley de TV y radio votada por una mayoría ya inexistente en términos reales.
Cuando finalizaba el año, esperó que terminara el ciclo parlamentario normal el 10 de diciembre para decretar una extracción de las reservas del Banco Central, zafarrancho que consumió todo el verano y terminó con la salida de Martín Redrado del Banco Central. En ese lapso, volvió a encresparse, cuando ninguneó a Arturo Valenzuela, el hombre de Barack Obama para América Latina, que se fue de Buenos Aires sin poder verla, pero a quien tuvo que recibir hace una semana, cuando escoltó a Hillary Clinton en su fugaz paso.
ESTERILIDAD
En sus 27 meses de gobierno, Cristina Kirchner ha descendido al campo de batalla sin cesar, una y otra vez, como las olas de un océano indomable y repetitivo. Los Estados Unidos, el campo, los partidos políticos, la prensa, el Congreso y
En lugar de sentarse a negociar abiertamente, el Gobierno prefiere perder ruinosamente, sin generar consensos realistas. El kirchnerismo es rehén de un triunfalismo enceguecido que lo lleva a convertir cada escaramuza