Esto que pasa

La dolorosa hora de la verdad

LA PLATA, Marzo 06.-(Por Pepe Eliaschev) Tras una semana durante la cual el Gobierno optó por insistir y profundizar en su proverbial rutina de belicosidad incesante, en los aledaños del poder parece ir "cayendo la ficha" de que la Argentina requiere cordura, templanza y apego a las normas. Desde las fuerzas opositoras más consistentes surge un deliberado pedido de distensión, y a quienes siguen asociados al oficialismo, aunque se desmarcan con realismo democrático, se les hace visible que Cristina Kirchner ha chocado contra una pared gruesa que la llenará de chichones si insiste en embestirla.

 

El remanso necesario luego de una nueva semana en la montaña rusa se advierte luego de jornadas agotadoras, largas y gratuitamente dañinas para el país. No cambia un ápice en el Gobierno la pretensión de conducir los asuntos nacionales con deliberada prescindencia de quienes no están en el poder.

 

Esto se ha ido acentuando, curiosamente, desde que Cristina Kirchner asumió la presidencia. En una seguidilla interminable de casos, lo que se comprueba es que el Gobierno castiga, critica, enfatiza y decide, pero recién después verifica los costos de sus placeres solitarios.

 

BATALLAS

 

De diciembre de 2007 a marzo de ese año, Cristina Kirchner libró una ardorosa batalla contra los Estados Unidos, pregonando que el descubrimiento de una valija con 800.000 dólares de la mano de un venezolano que llegaba en un extraño vuelo oficial por la madrugada, había sido una maniobra de la CIA.

 

De marzo a julio de ese año, cuando fue derrotada en el Senado, la Presidente pujó estérilmente contra los productores agropecuarios, pero terminó fracasando en su intento de manotear con herramientas fiscales el producido de la agricultura nacional. Ya a fines de ese año, la batalla dialéctica fue contra las naciones ricas de Occidente, en medio del feroz estallido de la crisis financiera. Les restregó a los norteamericanos que, a diferencia de ellos y de su "efecto jazz", ella sí tuvo un plan B para la Argentina. Ya en 2009, cabalgando en esa crisis, cuando postulaba que el mundo se caía a pedazos, adelantó las elecciones legislativas de octubre a junio, algo que no hicieron ni Tabaré Vázquez en Uruguay, ni Evo Morales en Bolivia, ni Michelle Bachelet en Chile. Calificó a los comicios como un "escollo" para el país y de inmediato su marido lanzó una campaña con candidaturas "testimoniales", una de las estafas políticas más tóxicas de los últimos tiempos.

 

No terminarían allí los estallidos de masoquismo explícito. Tras la derrota del 28 de junio, el oficialismo siguió legislando como si nada hubiera pasado y precipitó al país en una guerra santa contra los medios de comunicación existentes para sacar finalmente del Congreso una ley de TV y radio votada por una mayoría ya inexistente en términos reales.

 

Cuando finalizaba el año, esperó que terminara el ciclo parlamentario normal el 10 de diciembre para decretar una extracción de las reservas del Banco Central, zafarrancho que consumió todo el verano y terminó con la salida de Martín Redrado del Banco Central. En ese lapso, volvió a encresparse, cuando ninguneó a Arturo Valenzuela, el hombre de Barack Obama para América Latina, que se fue de Buenos Aires sin poder verla, pero a quien tuvo que recibir hace una semana, cuando escoltó a Hillary Clinton en su fugaz paso.

 

ESTERILIDAD

 

En sus 27 meses de gobierno, Cristina Kirchner ha descendido al campo de batalla sin cesar, una y otra vez, como las olas de un océano indomable y repetitivo. Los Estados Unidos, el campo, los partidos políticos, la prensa, el Congreso y la Justicia han sido sus blancos predilectos. ¿Cuántas de esas batallas inútiles han sido ganadas? Prácticamente ninguna. Todo sucede como si el matrimonio presidencial perdiera las batallas contra su propia pulsión beligerante, un mandato al que no se encuentra sentido. Tras toda esa serie que aquí se reseña, vinieron los recientes contrastes, como la pérdida de la mayoría en Diputados a comienzos de diciembre, y el abortado intento por evitarlo ahora en el Senado.

 

En lugar de sentarse a negociar abiertamente, el Gobierno prefiere perder ruinosamente, sin generar consensos realistas. El kirchnerismo es rehén de un triunfalismo enceguecido que lo lleva a convertir cada escaramuza

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