LA PLATA, Febrero 14.-Los reacomodamientos políticos que se están terminando de configurar en el Congreso, donde el oficialismo está quedando relegado de los principales espacios de poder, es de una de las claras muestras de que la era K llegó a su fin.
“Hay que saber elegir a los enemigos. De lo contrario, podemos terminar pareciéndonos a ellos” Jorge Luis Borges
Hace tiempo que el matrimonio presidencial perdió el respaldo popular que tuvo hasta el año 2007, cuando fue electa Cristina Kirchner como presidenta. Todos los experimentos políticos y electorales que se ensayaron desde ese momento fracasaron rotundamente. Ahora se aferran a intentar conseguir como sea las reservas del Banco Central y obtener algo de oxigeno para sobrevivir, extendiendo así su agonía política.
Pero difícilmente los K puedan cumplir con sus propósitos: por un lado, porque la crisis financiera internacional, que parece profundizarse a partir de la debacle que está afectando a varios países de Europa (Grecia, Portugal y España), hará prácticamente imposible instrumentar el canje de deuda. Y a ello se le suma que el uso discrecional de la billetera, que tanto rédito le dio a los Kirchner durante su etapa hegemónica (cuando el país crecía a tasas chinas), de poco servirá ante una inflación creciente provocada por los problemas estructurales del sistema productivo, que está generando un profundo descontento en la clase media y en los sectores populares.
El malestar social que provoca la pérdida del poder adquisitivo está desembocando en una situación de hartazgo, que no solamente afecta al oficialismo sino también a gran parte de la oposición. Concretamente, el dubitativo y camaleónico Julio Cobos quedó más que expuesto luego de la escandalosa resolución del caso Redrado, lo que llevó a que el último jueves tuviera que ir a pedirle perdón y rendirle pleitesía a la dirigencia de
Gran parte de los radicales, en tanto, siguen encerrados en sus discursos éticos e institucionalistas, que son útiles a la hora de guardar las apariencias y decir políticamente lo correcto, pero que en general nada aportan a la hora de encontrar soluciones a los problemas de la sociedad.
Lo que resulta más preocupante aún es que la simbiosis que -con vaivenes- está tejiendo Cobos y el radicalismo sea interpretada por el Gobierno nacional como “una maniobra destituyente”. Esta manía de ver fantasmas donde no los hay no hace más que poner de manifiesto que la debilidad económica de la administración K tiene su correlato en una profunda debilidad política.
Jugada circense
Sólo en este contexto de marcada flaqueza es que se puede entender la puesta de escena circense que se hizo el lunes pasado, en un encuentro que reunió en el Club Hípico de La Plata a ministros nacionales y provinciales (iba a estar hasta el propio Kirchner, de no haber ocurrido el incidente de la carótida), y a distintos lugartenientes de la vapuleada tropa K.
Una de las máximas del liderazgo político pasa en saber elegir a los enemigos con los cuales confrontar. Por eso, hacer una demostración de fuerza para castigar a un intendente como Pablo Bruera, de muy baja proyección política y de casi nulo conocimiento para el electorado bonaerense que no sea de La Plata, demuestra que el kirchnerismo perdió la brújula.
Bruera llegó al poder en la capital provincial contando con el apoyo de muchos de los que participaron en la cena del lunes, entre ellos el piquetero-heladero Emilio Pérsico y el estrambótico Carlos Kunkel. Y en aquel entonces sólo ganó cosechando el 25% de los votos, gracias a los errores cometidos por su antecesor y archirrival, Julio Alak, que se desgastó luego de estar 16 años en la cúspide municipal.
Pese a que hace más de dos años que conduce la comuna de la capital de la principal provincia del
país, quien aparece ahora como el enemigo político número uno de los K tiene una estructura política muy endeble, y en las elecciones legislativas pudo ganar por un estrechísimo margen. Es más, el parti